viernes, 21 de junio de 2013

No me arrepiento de este amor

Diego Costa y Arda Turan | FOTO: RTVE
IMANOL ECHEGARAY | Cualquier año que se precie tiene 365 días. 366 si tenemos en cuenta que cada cuatro años le entra la tontería de ser bisiesto y durar 24 horas más.  En todos esos días, repletos de horas, minutos y segundos, caben cientos de cosas. Fechas, momentos, instantes. Recuerdos. Uno de esos días, el 26 de Abril, tiene un significado especial para aquellos que, como el que escribe sobre estas líneas tienen sangre rojiblanca por el ancho y largo de su organismo. Ese día y no otro, nació algo más que un equipo de fútbol. Nació un sentimiento. Una emoción incalculable. Un estado de ánimo. Nació el Club Atlético de Madrid. Sin S.A.D. detrás. Nació el Atleti. Nuestro Atleti.
Sus ocho rayas verticales, cuatro rojas y cuatro blancas, protegidos por una franja azul, estampada con 7 estrellas, las siete estrellas de Madrid, la capital. Como capital es el Atlético para todos sus seguidores. Y ese oso y ese madroño. En el centro. Dando a entender que Madrid es rojiblanca. Que Madrid es tuya. Es mía. Es nuestra. Un escudo que parece que te sonríe. Que te dice: ”eh, hay que ser felices”.
Hace ya 110 años, se concibió lo que empezó siendo un equipo de fútbol. Eso queda lejos. Porque el Atlético de Madrid es mucho más que eso. Es el hermano al que amas con todas tus fuerzas, pero el que te saca de quicio y con el que te cabreas por cualquier tontería. Es la novia a la que haces el amor, pero también es la suegra dañina capaz de romperte un estupendo día. Es una locura instaurada a la orilla de un río llamado Manzanares. Es el anciano corriendo a sprint y el niño que camina despacio. La alegría y la tristeza separadas por una línea tan fina, casi imperceptible, que te despierta del sueño más placentero para instaurarte en la pesadilla más tenebrosa. Es el éxtasis y la desesperación. El apoteosis y la amargura. El sí y el no. El ”este año sí” y el ”siempre la misma historia”.
El Atlético de Madrid es vida. Es genético. De la mano de nuestros abuelos, nuestros padres acudían a Metropolitano. De la misma mano, nosotros íbamos con nuestros padres al Vicente Calderón. Y de nuestra mano, en un presente o futuro cercano o lejano, nuestros hijos acudirán, Dios sabe dónde, si a la Peineta, al Calderón o a un campo de tierra, a ver al Atlético. A su Atlético. A nuestro Atlético.
El Atlético de Luis Aragonés, de Ovejero, de Pereira, de Irureta. El mismo Atlético de Futre, de Pantic, de Simeone, de Kiko. Y el mismo de Arda Turan, de Falcao o de Miranda. El nombre que lleve la camiseta a rayas a la espalda es lo de menos. El escudo, ese que decía antes que nos sonríe, es el importante. Bordado al pecho como se bordan los deseos, los sentimientos, las oportunidades. El Atlético ofrece a todo el que quiera preciar, como bien dice la canción, ”motivos de un sentimiento, que no se puede explicar”.
Afición en Neptuno | FOTO: teinteresa.es
Porque no. No se puede explicar. Porque para los que el deporte, y más concretamente el fútbol, no es más que eso, un deporte. Para esos van estas líneas. Porque nunca sabrán lo que es amar algo tan abstracto, pero tan real como esto. No sabrán lo que es reír o llorar por una victoria. Reír o llorar por una derrota. No sabrán lo amargo que es descender a Segunda División. Y tampoco sabrán lo que llena seguir estando ahí en las malas.
No tendrán ni idea de lo que significa ser del Atleti. De las maneras de aguantar. De aguantar a los vecinos metiendo, durante catorce años seguidos, un dedo en una herida muy abierta. Esos vecinos que son tan pobres, que lo único que tienen es dinero. De aguantar las risas de todo el mundo por los estrepitosos fracasos y de aguantar las embestidas envidiosas a golpe de infravaloración, de todas aquellas victorias que hacen un poco más grande a este club.
Tampoco entenderán la manera de crecer de una afición acostumbrada a llegar un lunes al trabajo, al colegio o al bar, y resistir la tentación de acabar con todo lo que respira. Con esa sorna con la que se trata al colchonero. Del que dicen es un sufridor, un pupas, un pelele. ”¿Por qué eres del Atleti?” se pregunta la mayoría. Señor, o señora, soy del Atleti porque no me gusta lo fácil. Porque amo la vida. Porque me gusta saborear la victoria que he conseguido con mi sudor, con mi garganta tan debilitada de tanto animar a MI equipo que ni en susurros podría decirle: ”Señor, o señora, soy del Atlético de Madrid porque le amo”. ¿Habéis amado alguna vez a alguien o algo? Estaréis conmigo en que, de haberlo hecho, es imposible de explicar. Aquel que explique el por qué de su amor a algo, no estará enamorado.
Y mucho menos serán capaces de asimilar la manera de vivir de un rojiblanco. De esos infartos cada domingo, de esos aplausos ante un jugador que lucha un balón al que sabe que no va a llegar. Que para a un rival que no está respetando el escudo que tiene enfrente. De ese orgullo al meter cabeza y brazos en una camiseta con el ‘escudo de la sonrisa’ bordado. Independientemente de una victoria o una derrota el día anterior. Esa naturalidad con la que se sale a la calle gritando en silencio ”Soy del Atleti, ¿y qué?” Y sobre todo, ese no poder reprimirse al ver a alguien que, igual que tú, no siente vergüenza por enseñar sus colores. ”¡Aupa Atleti!” gritas al de la acera de enfrente que lleva una camiseta de Fernando Torres. Lo mismo que te gritan a ti cuando sales a la calle con la de Falcao. Esa unión, esa hermandad, que sólo el Atlético de Madrid consigue.
Ese es el Atlético de Madrid. Con sus 110 años de edad. Con sus 110 razones para sentir. Yo tendré los míos. Otro tendrá los suyos. Y en todos estaremos de acuerdo. Y, de nuevo, como dice la canción de un tal Joaquín Sabina, ”Maneras de soñar, Maneras de aprender, Maneras de sufrir, Maneras de palmar, Maneras de vencer, Maneras de sentir… Qué manera de subir y bajar de las nubes, ¡qué viva mi Atleti de Madrid!”. Y el que no entienda, que no hable. No me arrepiento de este amor, aunque me cueste el corazón. 

Por Imanol Echegaray
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