lunes, 15 de julio de 2013

La venganza del padre

Tifo Ultra Sur | FOTO: Punto Pelota
IMANOL ECHEGARAY | Cuenta la leyenda que el Atlético de Madrid no era capaz de ganar a su eterno rival, el Real Madrid. Que daba igual que fuese Liga o Copa del Rey. En el Vicente Calderón o en el Santiago Bernabéu. Por la tarde o por la noche. Con suplentes o titulares. Con 25 puntos de ventaja o con 2. Si algo parecía factible era la victoria blanca sobre la colchonera.

Un aficionado atlético al azar, debía ir, al menos dos lunes al año, con la cabeza gacha al trabajo. Sabiendo que no iba a abandonar nunca un sentimiento que va más allá de lo meramente deportivo, pero con la certeza suficiente que la experiencia de tantos años le había otorgado, de tener que aguantar comentarios despectivos que ya rozaban lo repetitivo y lo irritante.

Goles en contra en los primeros minutos, goleadas vergonzosas, empezar ganando para acabar perdiendo, dudas en el colectivo arbitral, penaltis en el último minuto, errores defensivos, Iker Casillas. Cualquier ejemplo quedaba pequeño para los casi tres lustros que la afición del Manzanares llevaba sin saborear la miel del éxito ante ese rival desesperante.

La facilidad con ser del Real Madrid, choca de lleno con las aspiraciones o la locura transitoria que puede llevar a un niño a hacerse del Atleti. El ganar por inercia se enfrentaba al -mal puesto- apodo de 'el pupas'. El dinero contra el corazón. La normalidad contra la esperanza. Pero como si de una pared se tratase, ese indio ansioso por clavar una flecha en el corazón de todos esos vikingos, chocaba y chocaba hasta caer al suelo malherido.

CR7 instantes antes de marcar | FOTO: ronaldo7.net
Pero llegó el año 2013. Para los supersticiosos, una patada en sus pensamientos. Atlético y Real Madrid se jugaban un título, 21 años después. Las apuestas daban como muy favorito a los merengues. Obviamente el tiempo daba la razón a los apostantes.

Miles de mensajes inundaban no sólo redes sociales o charletas de bares con café en mano, si no que llegaban a oídos de los jugadores que saltarían al Santiago Bernabéu de rayas, y atravesaban el corazón de toda una afición cansada de perder siempre contra los mismos. Y de un brasileño.

En el colegio se reían de su hijo porque su padre jugaba en el Atleti y nunca ganaba al Real Madrid. Se burlaban del hombre que debía ser un ejemplo para él. La crueldad de los niños no conoce límites. Y en el caso del fútbol roza lo dañino. Todo adulto ha sido joven y en sus propias carnes recordará esa saña cuando el escudo con el oso y el madroño trataba de iluminarse en una clase con pupitres.

Ese padre coraje debía poner las cosas en su sitio. No le fue fácil. Porque un portugués, que salta más que nadie, nubló por un momento ilusiones y esperanzas -mayores o menores-, de todo el que pensaba que ''esta vez sí''. Pero era el día.

Su compatriota Diego Costa le ayudó en la faena. Y cuando todos veían a los que vestían de blanco, que jugaban en su casa, mucho más fuertes que, los empequeñecidos por burlas durante tantos años, esos hombres arriesgados de rojiblanco, llegó él, con su cabeza, con su número 23 en la espalda, el que puso su nombre con letras de oro en la historia del Atlético de Madrid. Y eso no es cualquier cosa.

Su nombre es Joao Miranda. Una persona impetuosa y con un valor incuestionable, que sirvió el mejor plato que nunca su pequeño hijo probará, el de la venganza. Porque de ese chico nunca se volverán a reír. Y si alguna vez a alguien se le ocurre hacerlo, solo tiene hablar orgulloso de esa persona que le ayudó a callar a los que no le dejaban en paz. Su padre.

Miranda celebrando su gol | FOTO: clubatleticodemadrid.com

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