martes, 23 de julio de 2013

Ganar, ganar, ganar y volver a ganar

Luis Aragonés con la selección | FOTO: RAC1
IMANOL ECHEGARAY | Muchos años y muchas anécdotas empapan el memorial de la historia del Atlético de Madrid. Decenas de entrenadores, cientos de jugadores, un puñado de presidentes, títulos, alegrías y tristezas. Una pequeña parte de esos anales la posee un hombre que peina canas desde hace mucho tiempo. Su nombre es Luis Aragonés, y su lema, ''no pise usted ese escudo''.

No le hace falta un traje de Emidio Tucci, ni unos zapatos de Lacoste, ni una corbata de Ralph Lauren. Con un chándal, unas zapatillas de deporte y unas gafas de ver, este hombre se basta y se sobra para tener su propio estilo. Nunca se ha dejado influenciar por nadie, ni en su vida, ni en su profesión, y eso a veces le ha jugado malas pasadas.

No cabe duda que, con ligeras opiniones escépticas, ha sido el mejor seleccionador nacional de España -Vicente del Bosque anda por ahí-, y el entrenador más grande que se ha sentado en el banquillo del Atlético de Madrid. Su club.

Ser cobarde no va con él. Fiel a sí mismo y a su manera de pensar, ''el sabio'' -así le llaman-, ha hecho lo que le ha venido dando en gana sin tener que dar explicaciones a nadie. Daba igual un presidente, que un jugador, que la prensa deportiva. De carácter fuerte y de sabiduría extrema, ha ido empapando a todos y cada uno de los miembros pertenecientes a este deporte que han tenido el privilegio de toparse con él en algún momento de su vida. Desde Jesús Gil a Xavi Hernández, pasando por Samuel Eto'o o Raúl González Blanco.

Curioso es el caso de este último. Seña de identidad de una selección española cansada de caer a primeras de cambio en Eurocopas o Mundiales, un día dejó de serlo. Y así fue porque Luis Aragonés lo decidió. Contra todos, decidió realizar un relevo generacional que posteriormente brindaría de historia viva a nuestro país. Ni Albelda, ni Cañizares, ni Joaquín, ni Raúl volvieron a vestir la camiseta roja cuando él determinó que así fuese. El resultado, aunque sufriendo, no se hizo esperar. Campeones de Europa practicando el mejor fútbol que se recuerda a esta selección y poniendo la primera piedra para que luego Vicente Del Bosque construyese el castillo que nos llevó a la cima del mundo.

Luis manteado | FOTO: elenganche.es
''Si yo no estoy en la final con vosotros soy una mierda''. Así motivó a los jugadores nacionales en 2008. Un elenco talentoso que pasó de la furia al toque. Que dejó de correr para que lo hiciesen los demás. Que apartó a un lado la altura para dejar el esférico a unos locos bajitos que hacían claudicar a cualquier gigante que estuviese en frente. Ahí empezó la mejor generación de nuestro país que hoy podemos disfrutar. Ellos lo saben, y lo recuerdan. Pero algunos ya lo han olvidado.

En la Ribera del Manzanares es aún más importante que todo esto. Es parte del escudo. De la historia. De la leyenda. Él fue el primer jugador en marcar un gol en el recién estrenado Vicente Calderón. Él marcó el gol en la final de Liga de Campeones contra el Bayern de Múnich, que hizo soñar a todos con una gesta que por un minuto no se materializó. Él levantó al cielo la Copa Intercontinental vestido de rojiblanco. Él ganó 4 Ligas de las 9 que tiene el club. Y 5 Copas de las 10 que brillan en las vitrinas del estadio. 162 goles con la camiseta a rayas.

Luis Aragonés fue al rescate de un Atleti hundido en el pozo de Segunda División y lo levantó como hacen los mejores para colocarlo donde merecía estar. Allí aguantó un año más hasta ver que su club, nuestro club, permanecía junto a los mejores.

No es más sabio el que sabe donde está el tesoro, si no el que lo trabaja y lo saca. Y en eso él es el número uno. Con chándal, pero sin correr. Él es leyenda del fútbol español, quieran o no quieran admitirlo algunos. La rabia contenida de muchos, trastoca con el éxito protagonizado por este señor. Más allá de los títulos, está la actitud. La pragmática del fútbol. Al éxito se llega trabajando. Y ahí él es el rey. Las flores para otros. Y como diría en la final de Copa de 1992, para algunos ''sólo hay un campeón y va de rojo y blanco''.



Por Imanol Echegaray 

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